El día que llegué a Cali

Por: Jaime Pinto

Tuve la oportunidad de visitar Cali por primera vez en Diciembre de 1974. Viajé en compañía de Guillermo Pinto quien había  sido invitado al matrimonio de Ricardo Mantilla en Bogotá y quien decidió que podríamos asistir al matrimonio durante nuestro paso por Bogotá. Así lo hicimos y después del matrimonio, partimos para Cali donde llegamos después de un doloroso viaje diurno de 12 horas en un bus “lechero” de Bolivariano que paraba donde cualquier persona levantara la mano en las candentes llanuras del Tolima.

En esa época, Arge y Elvira vivían en el barrio Granada, un bonito vecindario cerca del centro de Cali el cual tenía transversales y diagonales donde no era muy fácil ubicarse. Recuerdo que después de estar allí por cerca de tres días, Elvira me pidió que llevara a Eliana, quien tenía 4 años en ese entonces, a dar una vuelta por el barrio después de su baño matutino. Después de caminar un tiempo por los alrededores, empecé a sentir que no sabía exactamente dónde me encontraba. Subía y bajaba por esas calles sin saber cómo encontrar el camino a casa. Traté de tranquilizarme y de recordar el camino que había seguido hasta ese momento pero fue inútil. Para completar lo difícil de la situación, ni siquiera sabía la dirección o el teléfono de la casa para pedir ayuda a alguien más. Ahí estaba yo, que me preciaba de tener un buen sentido de orientación y de ser algo recursivo, de la mano con una niña de 4 años en la mitad del barrio Granada absoluta e irremediablemente  perdido.

No sé donde nació la idea, yo pienso que de la desesperación, o sólo por compartir con alguien lo que me pasaba, pero la verdad fue que terminé confesándole a Elianita que estábamos perdidos y que no sabía cuando ella podría volver a ver a su mamá. La niña sólo me dedicó una mirada de compasión que yo traduje como “Que tío tan patético y tonto con el que me mandó mi mamá a pasear”  y me señaló con su dedito la puerta de la casa al frente de la cual estábamos parados. Al principio no entendí, pero cuando me acerqué a esa puerta que estaba entreabierta y asomarme por el corredor, alcancé a ver a Elvira dentro de la casa. Era la casa de Arge y Elvira!! Había pasado como diez veces por el frente de la casa y ahora la tenía al frente de mis narices y aun así no la reconocía. Increíble!! Ese día me percaté, además de que yo era un tonto, que Eliana debía tener algunas dotes intelectuales muy especiales. Desde ese momento, y hasta ahora, ha tenido mi más profundo respeto por eso.

Unos años después, exactamente en 1982 y ya como profesional de Sistemas, me trasladaría a vivir en Cali atendiendo diversas razones.

  • Una, porque estaba cansado de vivir enclaustrado en Bucaramanga, y específicamente en la casa de la 27. Para ese entonces todos se habían ido excepto mi papá y Matilde. Además, por varios años había tenido que hacer yo solo el aseo de toda la casa todos los días y ya estaba harto. Los que conocen esa casa saben que no es pequeña, y por consiguiente, hacer aseo allí no es de las tareas más suaves del mundo. Recuerdo que en mi ignorancia juvenil yo decía a mi mamá que algún día me iría de allí y ganaría dinero para poder pagar sirvientes que hicieran ese oficio. Definitivamente quería conocer nuevos mundos y explorar nuevos horizontes.
  • Dos, atraído por la fama de Cali por la buena música y las mujeres hermosas. Yo ya anticipaba la buena vida que podría darme en esa nueva ciudad independiente y sin las restricciones impuestas por mi papá, mis hermanitas o la casta sociedad bumanguesa en general.
  • Y tres, atraído por una posición como ingeniero en una “importante” empresa de Cali llamada Tecnoquímicas SA. Eso me daría la independencia económica que no había logrado trabajando para Faroman, El Ródano, Recol o Fotografía Pinther.

Sin embargo, rápido tuve que desengañarme. En los primeros días que viví en Cali sentí que probablemente ninguna de las razones con las cuales yo mismo me había mentalizado se haría realidad. Y no era para menos. Veamos por qué.

Desde que llegué fue claro para mí que no iba a tener personas a mi servicio para arreglar la casa donde ahora yo iba a vivir. Ahí estaba yo, el importante Jaime Pinto otra vez barriendo, trapeando, recogiendo colchones, limpiando el polvo y haciendo los oficios varios que tanto detestaba. Bueno, la ventaja esta vez era que la casa no era tan grande, y yo no era responsable por el aseo de “toda” la casa. Había otras personas que ayudaban. Además, fue bueno que no me tocó cocinar porque eso sí habría sido el desastre. Todos los días tenía en la mesa un buen surtido de platos ora santandereanos, ora costeños, ora caleños los cuales despachaba con la mejor de las ganas.

Mi primer contacto con la música (léase salsa) y con las bellas mujeres caleñas fue un poco diferente. Vino de una invitación que me hizo Argemiro para ir con un vecino al que apodaban “Macuco” a una de las prestigiosas casetas de la feria de Cali donde se presentaría la famosa orquesta “La Sonora Matancera”. Más adelante supe el por qué del sobrenombre. “Macuco” es como en Cali llaman al “Coco” negro y feo que asusta a los niños que no se portan bien. Como se podrán imaginar, Macuco no era precisamente el hombre moreno más apuesto del mundo. Pero eso sí hay que reconocer que era muy alegre y fiestero que era lo en ese momento importaba. Claro, acepté “inmediata e irrevocablemente”.

La única duda que expresé a Arge fué con quien yo iba a bailar si para ese entonces yo no tenía amigas. Arge me tranquilizó diciéndome que Macuco llevaría su sobrina la cual me serviría de pareja. Como en ese entonces no conocía a Macuco, me hice ilusiones de que mi pareja sería una bellísima y bien formada joven caleña. Nada más lejano de la realidad. La sobrina no resultó ni tan joven ni tan bella como yo la imaginaba. Para dar una idea de lo que estoy hablando, baste decir que al lado de la dichosa sobrina, Macuco que bien feo era se veía “más joven, más apuesto y hasta apetecible”. Además, y para completar el cuadro la dichosa orquesta Sonora Matancera no se presentó en la caseta así que sólo bailamos un poco con una orquesta de segunda categoría y al son de unos discos de salsa recalentada. 

Mi primer día como flamante ingeniero de sistemas en Tecnoquímicas fue también interesante. Recuerdo que después de la matutina empujada al carro Fiat de Juan para que “calentara y pudiera prender”, Arge me llevó en su carro esa mañana de lunes y me dejó al frente de una puerta sobre la calle 25 en el barrio de San Nicolás. Al marcharse me dijo:

– “Bueno Tigre, Tecnoquímicas está detrás de esa puerta. Buena suerte y no dejes de saludar a mi buen amigo –Barriguita- que es el Jefe de Sistemas ahí adentro”.-  El señor “Barriga” sería mi nuevo jefe.

Ya solo, me volví y eché un vistazo a la “importante” empresa donde estaba a punto de empezar a trabajar. La verdad es que en ese primer vistazo la dichosa “Tecnoquímicas” no me impresionó muy favorablemente. De hecho, la cuadra donde estaba ubicada no lucía muy limpia que digamos además de que el personal que caminaba por la acera a esa hora de la mañana no se veía muy sobrio y se me hacía hasta “sospechoso”. La suciedad y el deterioro era patente en todo el vecindario. En el lugar no había ningún letrero o señal que indicara la presencia de una importante Compañía. Solo una vieja y descascarada pared con una vieja y oscura puerta en el centro. Un bombillo rojo roto yacía apagado sobre el dintel de la puerta. La puerta tenía una pequeña mirilla en la mitad protegida con una rejilla, de las que hay en los centros nocturnos para saber quien llama a la puerta sin exponerse demasiado.

Con un poco (o mucho) susto pulsé el destartalado timbre que había al lado de la puerta y esperé. Minutos después un hombre se asomó por la mirilla y preguntó qué necesitaba. Yo me identifiqué como nuevo empleado de Tecnoquímicas y pregunté por el Señor “Barriga”. Finalmente el hombre me cedió el paso y entré por primera vez en lo que sería mi lugar de trabajo por varios años. En ese mismo momento supe que esta antigua casa era el flamante Departamento de Sistemas de Tecnoquímicas SA.

Esta casa había sido en otros tiempos un prostíbulo. De ahí la calidad del vecindario y la mirilla en la puerta. El interior estaba conformado por una estrecha y larga escalera a lo largo de tres pisos con oscuras habitaciones a lado y lado que hacían el oficio de oficinas. En cada habitación se acomodaban 3 o 4 viejos escritorios para dar cabida a igual número de empleados, cada uno de los cuales varias décadas más viejos que los muebles que ocupaban.  A mí me asignaron un escritorio en el último cuarto del tercer piso acompañado por dos personas de pelo gris: Don Elmer (de aprox. 60 años de edad) y doña Fabiola (de edad indefinida aunque las malas lenguas decían que las canas no eran por vieja sino por amargada). Esos fueron mis dos primeros tutores en la naciente, joven, floreciente y dinámica carrera de los computadores. Aquí tengo que hacer un paréntesis para mencionar que en ese tiempo tuve que reconocer una gran ventaja en la distribución física de esa oficina. La disposición de los servicios sanitarios era definitivamente muy conveniente. Cada oficina o cuarto de la casona tenía su propio baño. Un recuerdo de sus no muy virtuosos orígenes.

Bueno. Las historias que he contado hasta ahora a pesar de ser reales, son sólo anecdóticas. Con el tiempo llegue a descubrir la verdadera Cali y la verdad es que yo viví una muy buena época en esa linda ciudad.

Aprendí a bailar algo de salsa al son de buenas orquestas. Si no que lo digan Gabriel Ricardo y Elsa Liliana quienes una vez fueron conmigo, Marzia y unos amigos a bailar al son del Grupo Niche. Fue una noche estupenda donde hasta nuestra entrada al sitio se nos facilitó porque los porteros confundieron a Gabriel Ricardo con el cantante del Grupo Niche. No era para menos. Gabriel Ricardo era el único rubio de ojos verdes en el montón de gente agolpada a la entrada y además vestía una camisa de colores alborotados parecidos al uniforme de la orquesta. No recuerdo ahora el nombre de ese catante pero se inmortalizó con el tema del grupo “Una Aventura”.

También a pesar de los modestos orígenes, durante mi estadía de 10 años en Tecnoquímicas, la empresa se transformó en una gran compañía multinacional con ventas superiores a cientos de millones de dólares al año. Y el grupo de Sistemas, que era el patito feo de la empresa se modernizó y llegó a convertirse en uno de los departamentos más importantes de la Compañía, reportando directamente al Presidente. Hasta llegamos a construir nuestras propias y modernas oficinas de Sistema al frente de la casa matriz, siguiendo nuestro propio diseño e indicaciones. De ahí nació mi experiencia con remodelación de oficinas que tanto me habría de servir en otras compañías donde trabajé. Pero eso, es otra historia.

También en Cali conocí bellas mujeres, una de las cuales se convertiría más adelante en mi esposa y la cual me dio los tres hermosos hijos que hoy por hoy son mi vida.

Lo único que no he podido cambiar, es que todavía sigo haciendo aseo en casa. Ya no tanto como al comienzo pero parece que eso me sigue como una maldición. Quien sabe. Quizá sea precisamente por renegar tanto de eso a mi mamá. Y como ella misma decía, “Mijo, no hables mucho porque la lengua es castigo del c……”.

Jaime Pinto